El Traductor de Sevilla #3
¡Sobre el deseo, la introducción al mundo de la traducción y más!
📗 El Traductor Mensual
“Ecos del pasado” [Art. Núm. 3: Martes 01/10/24]
GONZALO CARRASCO COBOS - [OPINIÓN | SALUD Y BIENESTAR | PSICOLOGÍA]
Os contaré una historia sobre el deseo, una que ilustra tanto el filo jugoso que puede ser, como la cara afilada y amarga que puede ostentar enlazarte mucho con él.
Érase una vez un granjero que, en mitad de su preciada cosecha de boniatos, se percató de que un buen hombre de antaño se asomaba por la colina con una carretilla y un cartel. Escrito ponía “vendo frutas extrañas” y la gente se agolpaba en filas a medida que aquel señor se hacía ver por el pueblo. El granjero conocía a ese mercader, se llamaba Orión y solía pasearse por aquellos lares cuando era él era chico y su padre se encargaba de recoger los boniatos que ahora cultiva él.
Orión era un señor bastante misterioso, tenía ropajes largos, no aptos para aquellos lugares. Portaba mucha joyería consigo, tanto en sus manos, como en sus orejas; pero, lo que era verdaderamente especial era su rostro: recto, con cicatrices sútiles y unos rastas blancas que tapaban sus ojos plateados. Este exotismo era cautivador, a la vez que amenazante, por eso nadie salía de un encuentro con él con las manos vacías. De una forma u otra, Orión siempre había sido un auténtico embaucador. Cualquiera cosa que brillara o luciera sabrosa, la vendía, aunque con el tiempo mucha gente las dejaba de usar.
Adán, el granjero, no pudo evitar echar un ojo a aquel carro. Tenia de todo, pero él, por oficio u afición, detuvo su mirada en una fruta roja, parecida a una granada pero con un tono más intenso. Él recordaba esa fruta. Su padre siempre compraba un par cuando Orión, por aquel entonces un buhonero intrépido para su edad, se paseaba por El Valle.
El precio, no obstante, no se quedó grabado en su memoria, pero eso no pareció importarle demasiado. hurgó ansiosamente en su bolsillo y compró aquellas extrañas frutas, mientras que el buhonero le echaba una mirada penetrante, acompañada de una mueca pícara. Como si supiera algo que él no sabía. Adán se alejó del tumulto y continuó sus labores. Guardó su compra en el bolsón de tela que llevaba por cartera y no las probó hasta que dejó la azada al caer el sol ya pasada unas horas. Cuando volvió a su casa, sintió una sensación que se encontraba enterrada en su mente: el deseo. Se le aceleró el pulso al saborearlas y sus hijos, evidenciando aquel momento, le pidieron a su padre que comprara más; que todos querían probarla de repente.
Ante aquel repentino placer, convertido incluso en una pequeña angustia, Adán salió en busca del buhonero antes del mediodía. Miró en cada callejón y anduvo preguntando a todo aquel que estaba con en esa carreta el día anterior. Nadie sabía nada de él, como si se hubiera desvanecido. Adán quedó profundamente decepcionado, todavía relamiendose las encías para gozar de ese sabor que no sabía que necesitaba. No sabía si fue real o un espejismo, pero su boca sí quería más. Y es que, en buena medida, todos somos Adán en algún momento de la vida. De repente, en nuestra rutina emerge una imperiosa necesidad de explorar algún que otro recoveco olvidado. Desintonizamos levemente con nuestro propósito actual y vagamos por sentimientos olvidados. Es en este genuino interés por cavar en tus entrañas y tus cavidades donde brota, poco a poco, una curiosidad un tanto peligrosa. En este estado de búsqueda personal, uno se acaba tropezando con una frase, una canción o, pero aún, un sentimiento que desconoces y presientes en él, sin embargo, esa extraña sensación de pertencia que se cultiva en el corazón de todo humano cuando la imagen de una bonita ambición o un delicado amor se asientan sobre nuestro seseras.
“Todo deseo es la expresión de una carencia”
—Jean-Paul Sartre
Primero caes de tu rutina, sales de tus adentros y recuperas esa emoción enquistada. Ya forma parte de ti de nuevo, la tratas como si fuera tu nuevo bebé y la acaricias para que te de frutos. Le das de comer, la vistes para ir al colegio y la llevas de la mano en tu día a día. Te sientes renovado, has encontrado a un yo pérdido en tu Atlantis interior, pero , en palabras de Jean-Paul Sartre, “Todo deseo es la expresión de una carencia”. Y es que, pasado un tiempo ese sentimiento descubierto, pierde su esencia, se vuelve usual y se fuga de nuevo. Se torna tan diminuto que se escurre de tus manos y decide adentrarse nuevamente en tu pecho, ahora débil, pero todavía latente.
Entonces tienes néctar en los labios y ves un tren que pasa, pero no para. Mientras un diente de león flota sobre tus orejas como una brisa escurridiza. Se te ha dado una oportunidad para revivir algo de ti y se te ha arrebatado como a Ícaro sus alas. Te quedas moribundo, buscando solución a lo que no tiene respuesta: ahora añoras algo que nunca fue tuyo.
🎓El Rincón del Traductor
“Nociones básicas de la traducción”
PUBLICADO ORIGINALMENTE EN MI CUENTA EL 08/02/2024 EN UN HILO DE TWITTER
[1] ¿Traducción?
«A grandes rasgos, traducir es comprender el significado de un texto en un idioma, llamado "texto origen" o texto de salida", para producir un texto con significado equivalente en otro idioma, llamado "texto traducido" o "texto meta".»
No obstante…
Walter Benjamin, George Steiner o Albert Nida, por nombrar a algunos teóricos, han intentado darle respectivamente una defición más fidedigna a lo que se entiende como traducir. Véase en esta imágen, por ejemplo, la opinión de la célebre filóloga y lexicógrafa Mª Moliner:
Tal y cómo indíca @Scheherezade_SL (en el artículo en el que se basa la gran parte de este hilo) —y con la que coincido—, Maite Solana, Directora de la Casa del Traductor, supo dar en el clavo al decir lo siguiente:
[2] ¿Interpretación?
En pocas palabras, la interpretación, a diferencia de la traducción, se lleva a cabo en el medio oral (p.ej. interpretación de congresos médicos). Esta puede ser: simultánea, consecutiva (la más común en situaciones diplomáticas) y de enlace.
El siguiente vídeo —en inglés— muestra cómo se hace:
[3] ¿Tipos de traducción?
Hay muchos tipos de traducción, (médica, jurídica, religiosa [...]. También existen subtipos (dentro de la turística: la gastronómica, la sociología, etc.)
Modelos: escrita, a la vista, de canciones, de subtítulos, de software, iconográfica..
Según la dirección de la traducción, esta puede ser directa (A<B)*, inversa (A>B) o bilateral (ser capaz de traducir de ambas maneras).
Ahora que sabemos qué es traducir, veamos qué se necesita para ser un buen traductor.
[*A: Lengua manterna | B: Lengua extranjera.]
[4] Requisitos para traducir
Conocimientos lingüísticos
Habilidad de transferencia→ [...] capacidad de comprensión y producción de textos, predisposición al cambio entre códigos lingüísticos...
Dominio de estrategias y técnicas → estas nos ayudan a subsanar deficiencias de conocimientos o habilidades y a enfrentarnos a los problemas de traducción.
Conocimientos extralingüísticos
Conocimientos instrumentales → de herramientas informáticas, relaciones profesionales, contabilidad, gestiones de una empresa, etc.
Como dice Douglas Robinson:
"The study of translation and the training of professional translators is without question an integral part of the explosion of both intercultural relations and the transmission of scientific and technological knowledge."
🧠 La Fosa del Curioso
“O Tempora O mores”
ALBA KARINA SANZ- [COLABORACIÓN | OPINIÓN | SOCIEDAD]
Detengámonos, respiremos y paremos nuestro piloto automático del ajetreo de estudiar, trabajar para ganar dinero y sobrevivir, de recoger, hacer recados, quedar con nuestros conocidos y todas estas tareas cotidianas simplemente por cumplir; salir a la calle por no quedarnos oxidados, leer y hacer actividades lúdicas por crearnos la falsa sensación de que estamos disfrutando de los placeres de la vida porque en realidad únicamente estamos cumpliendo la expectativa impuesta por el sistema de ser “productivos” y de “hacer algo con nuestras vidas”, pues son perecederas. Todo eso se debe hacer por placer, no porque sea lo que se espera socialmente.
Parece muy pesimista la introducción y probablemente todos, incluida yo, neguemos hacer estas actividades por el sentido del deber. Soy consciente de que podemos decidir qué estudiar, cómo utilizar nuestro tiempo libre, buscamos cumplir nuestras metas, realizar aquello que nos llena y nos da color a la vida como ver monumentos, museos, leer, escuchar melodías alegres, desgarradoras, nostálgicas, relajantes, dibujar, encontrarnos con nuestros seres queridos para acurrucarnos, para comer, para charlar, para “psicologarnos”, para divagar, para pasear… En definitiva, para hacer aquello que nos permita crear una buena memoria de nuestra gente. Sin embargo, no siempre es sencillo mantener la consciencia de cada emoción que experimentamos cada segundo de estos momentos que se alejan de la vida funcional, práctica y gris. Esto se demostraría cuando la gente apenas se acuerda de cómo era el Salón de los Espejos de Versalles que vio en un Inter Rail, de qué lecciones de vida le ha dado la madurez, de cómo fue su primer beso, de a qué jugaba de pequeño o de dónde es esa foto de aquella playa bucólica.
No solo tenemos instaurado el instinto del piloto automático por el sistema de la productividad, el ajetreo y el materialismo, sino por el fenómeno descrito por Schopenhauer: la insatisfacción intrínseca, el deseo insaciable. El alcance de lo deseado causa una satisfacción o felicidad momentánea y a continuación se nos presenta otro deseo automáticamente. Por tanto, la consecuencia de semejante anhelo y ansia son el sufrimiento y la frustración. Es más, en el ámbito de la generación de hábitos, otra obligación autoimpuesta por este sistema de la prisa; existe el efecto Diderot. Denis Diderot, filósofo cofundador y escritor de la Encyclopédie abandonó la pobreza gracias a la ambición por el conocimiento de Catalina la Grande. Se premió comprándose una bata de terciopelo, que contrastaba terriblemente con su humilde casa. Cada adquisición suculenta le incitaba a seguir comprando. Se puede apreciar que también afecta al consumismo este deseo insaciable.
No obstante, la sociedad no está limitada por sus instintos primitivos, aunque a veces cueste afirmarlo. No estamos atados a nuestro deseo insaciable, podemos desligarnos de ese lastre y poner control y conciencia sobre nuestras vidas. Schopenhauer, el Budismo y yo proponemos atender al presente, a nuestras sensaciones y percepciones para disfrutarlas, recordarlas y regodearnos en ellas. Los estímulos para nuestras sensaciones pueden ser artísticos, sentimentales, etc. Por ello, es súmamente recomendable destinar una tarde a deleitarnos en un museo, en la naturaleza, en una iglesia barroca o comiendo una tapa exquisita a la luz del sol vestidos con nuestras mejores galas, acompañados de una buena obra de Édith Piaf sin prisa, agradeciendo y reflexionando sobre cualquier tema. Romantizar cada momento puede ser útil para alegrarnos o para poder irse a la tumba sin arrepentirse de no haber aprovechado el regalo que es la vida.
Reconozco que no siempre es fácil porque el mundo también tiene una parte distópica que emponzoña estos momentos del Mundo de las Ideas. Por ello también promuevo que nos alejemos del piloto automático de borrego, que nos enteremos de cómo manejan nuestra confianza los dirigentes políticos, que seamos conscientes de que todo miembro de un sistema es un agente social que debe preocuparse de la realidad política, leerse los programicas para saber qué se vota a pesar de que sean epopeyas de ciencia ficción, votar por ideales o por intereses individuales o sociales pero desde luego no porque mis papás me recomienden un color u otro, etc. Por supuesto, la felicidad no son solo momentos o “el proceso”. También lo es el orgullo personal de la autorrealización, último estamento de la pirámide de Maslow. Probablemente sea ayudar, madurar, aprender, tener estabilidad mental, límites, autoestima y autocuidado, cumplir tus principios, rodearse de gente que sepa querer, apoyar, etc.
Volviendo a la crítica del sistema actual de las prisas, de la superficialidad y de la sobrevalorada “eficiencia”, que es la obtención del máximo beneficio con el mínimo esfuerzo, animo a que se admire la mentalidad preindustrial de la producción artesanal, de la atención a los detalles, a la personalidad, a la exclusividad de cada obra. Por favor, no me malinterpreten. No quiero vivir como en el siglo XVIII sin agua corriente, internet, etc. Estoy a favor del progreso. Extrapólese la mentalidad preindustrial al estilo de vida tranquilo aristocrático donde se destinaba el tiempo libre a la lectura, a la música, al arte, a conversar, a respirar aire fresco y no a cuatro chavales en un banco incomunicados por estar con el móvil, a una comida familiar con conversaciones o discusiones pero no con el fútbol o los móviles aniquilando los vínculos y la comunicación, al diseño de interiores clásico, rococó o afrancesado, a la moda bella, tampoco quiero corsés opresores, a los cafés con pinturas y molduras doradas, a los cortejos detallistas y no “fueguitos por instagram o piñas en los carros”. Estudios demuestran que el uso excesivo de ordenadores en el estudio disminuyen la capacidad de aprendizaje, mejor no menciono la pérdida de empleos y deshumanización en el mundo laboral por el reemplazo de humanos por máquinas ineptas.
El minimalismo estropea las calles con construcciones que se asemejan al excremento de un alien. En ciudades como Zaragoza, Sevilla, París, Viena y más los cubos blancos y negros son los encargados de demoler el arte nacido en estos lugares que antes eran únicos y cada vez están siendo más homogéneos y feos. Me dirán que el arte es subjetivo pero si ahora se construye sin ninguna intención artística, no se puede decir que una farola que antes tenía molduras y adornos y que ahora es un palo gris funcional sea arte. Explican que la simplificación de la música, de la redacción y de la caligrafía, del habla, donde los idiomas en vez de evolucionar, se degradan por la vagancia, por la falta de apego a las palabras, a la cultura y al patrimonio lingüístico de una comunidad y no por el avance de la sociedad; de la decoración, de la ropa, de la pintura, de las relaciones sociales…
Todo esto se debe a que ahora prima más la funcionalidad, el ahorro de recursos y la aceptación de las masas. Cuanto menos personalidad tiene algo o alguien, más aceptado es por la mayoría. Esta oda al pasado me hace ir contra marea y parecer ingenua y alocada pero qué tiempos aquellos en los que se valoraba la sublimidad, el encanto y el idealismo.
❤ Recomendaciones del Traductor
1) Pódcast🎙️ y Libro 📚 - El mes pasado os invité a escuchar a Marian Rojas en su exitóso pódcast. Hoy vengo a complementar esa excelente labor psicopedagógica con las palabras de Mario Alonso Puig, neurocirujano experto en emciones y el mindfulness. Tiene también múltiples libros publicados, siendo uno de ellos mi actual lectural. Este capítulo, en especial, os dejará sorprendidos:
(2) Película 🎬 - Los Niños De Winton: una conmovedora cinta protagonizada por Anthony Hopkins sobre el rescate de casi 700 ñiños eslovacos durante la Segunda Guerra Mundial. ¡Está basada en hechos reales! —podéis encontrar la entrevista sorpresa que le hicieron a Winton en la BBC con niños a los que él ayudó a refugiar.
¡Que tengáis un buen mes!
Si queréis que os haga una entrevista para noviembre, hablad conmigo. Seguro que vuestra historia artística y creativa merece ser compartida con el mundo.
Un cordial saludo,
Gonzalo.